La discapacidad, en emergencia: “Necesitamos ponerle un límite a tanta crueldad”

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La voz de los olvidados: un grito de auxilio en la penumbra

La realidad que enfrentan las personas con discapacidad en nuestro país está marcada por la precariedad y el abandono. La situación se torna cada día más crítica, y quienes dedican su vida a la atención de estos individuos se encuentran desbordados y desalentados. A medida que las familias luchan por un sistema que debería ser inclusivo y solidario, se hace evidente que la crueldad estructural ha cruzado una línea intolerable.

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La lucha en la trinchera del cuidado

Eliana, psicopedagoga en la escuela de educación especial Puentes en Temperley, es solo una de las muchas profesionales que dedican su vida a la atención de niños y niñas con discapacidad. La realidad de su trabajo se ha vuelto insostenible; su salario, fijado por el Estado y las obras sociales, está congelado desde octubre del año pasado y no ha recibido ningún pago desde febrero. La inflación ha erosionado su poder adquisitivo y, como ella misma expresa, “estamos al límite”.

El panorama es desolador: muchos de los 70 pibes y pibas que asisten a la escuela han dejado de ir a diario. La falta de fondos afecta también el transporte, vital para la asistencia de estos niños. “Todo el sistema se está cayendo a pedazos y son las familias y los chicos los que se van a quedar sin cobertura cuando ya no queden instituciones en pie”, afirma Eliana, dejando claro que el futuro es incierto y preocupante.

El clamor en las calles: una manifestación de derechos

Este jueves, la esquina de Callao y Rivadavia se convirtió en el epicentro de una protesta en la que miles de profesionales, junto con las familias de personas con discapacidad, elevaron sus voces en un acto de resistencia. Con carteles que decían “La discapacidad no es un gasto, es un derecho”, los manifestantes desafiaron el silencio y la indiferencia de un sistema que parece haber olvidado su responsabilidad.

  • Médicos, psicólogos y docentes denunciaron la precarización de su trabajo.
  • Familias expresaron su desesperación por la falta de apoyo y recursos.
  • El sentimiento de abandono se palpa en cada rincón de la protesta, donde se percibe que el amor y la dedicación no son suficientes para sostener un sistema que debe ser inclusivo.

La crueldad de un sistema que margina

Este contexto de emergencia no solo afecta a los profesionales y a las familias, sino también a los propios niños y niñas con discapacidad. La falta de recursos y de atención adecuada puede tener consecuencias severas en su desarrollo y bienestar. La frase de Eliana resuena con fuerza: “Lo hacemos por ellos y por la pasión que tenemos por lo que hacemos”. Sin embargo, la pasión no es suficiente para enfrentar un sistema quebrado.

El Estado debe tomar medidas urgentes. La atención a la discapacidad no puede ser vista como un gasto más, sino como una inversión en el futuro de nuestra sociedad. Cada niño y cada niña tienen derecho a recibir el apoyo necesario para desarrollarse plenamente. Por lo tanto, es imprescindible que se revisen y modifiquen las políticas actuales, y que se garantice un financiamiento adecuado para que instituciones como la de Eliana puedan operar sin temor a cerrar sus puertas.

Un llamado a la solidaridad y la acción

La situación en la que se encuentran los profesionales y las familias que trabajan con personas con discapacidad es un reflejo de una sociedad que aún lucha por aceptar y brindar igualdad de oportunidades a todos sus miembros. La crueldad del abandono debe ser enfrentada con la solidaridad de todos, pues un sistema que falla en proteger a sus más vulnerables es un sistema que no merece ser llamado democrático.

En este contexto, es fundamental que la ciudadanía alce la voz, que se informe y que exija al gobierno un cambio real que garantice los derechos de todas las personas. No son solo palabras vacías; es un clamor que debe ser escuchado. “A la crueldad hay que ponerle un límite”, y este límite debe ser trazado por la acción conjunta de todos aquellos que creen en un futuro más justo. La humanidad y el respeto por la dignidad de cada persona dependen de ello.

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